Cuando
conocí a Luis Pérez Meza yo laboraba
como Trabajadora social en el Centro de Rehabilitación Penitenciaria de
Durango. En 1971 Moya Palencia había
impulsado una reforma penitenciaria y fuimos capacitadas en Gobernación por
maestros como Sergio García Ramírez, el Profr. Quirozco Arón, Julia Sabido, el
maestro Sánchez Galindo y otros.
La
reforma implicaba un trato igualitario y sin jerarquías hacia los internos, y abarcaba
capacitación laboral, educación formal y actividades culturales. Nosotras llevamos por ejemplo a la
Filarmónica de México, que se presentó y al finalizar los músicos dejaron el
atril y se fueron a jugar futbol con los internos. También se había formado en el Penal una
rondalla de buen nivel y nosotras le conseguíamos serenatas en la ciudad. Y había un taller de teatro con excelentes
maestros: recuerdo que llegamos a hacer 100 representaciones de Suave Patria,
algunas fuera del Penal. Había
concursos de poesía, de canto, todo coordinado por psicólogos y por
trabajadores sociales que además creábamos espacios de reflexión que servían a
la preliberación del reo.
Como cada
semana debíamos organizar un evento cultural y Luis Pérez Meza iba mucho a
Durango contratado por los centros nocturnos, yo y otras compañeras fuimos un
día a pedirle que cantara gratuitamente en el Penal.
-Pero
mis niñas, cómo no-, nos dijo.
–¿Qué
necesita?-, le preguntamos, porque había cantantes que nos pedían transporte,
músicos, comida especial, etc., pero él nos contestó muy simplemente:
-El
público.
Fueron
varias ocasiones las que cantó en el Penal acompañado por los mismos internos. Y tanto para ellos como para las autoridades
era un honor tener allí a Luis Pérez Meza porque además de su fama y de tener
gran voz, era un señor muy agradable, encantador, físicamente alto y
corpulento. A veces cantaba hasta dos
horas continuas, y siempre, al final, convivía con los internos e incluso con
toda sencillez se prestaba a llevar cartas a las familias de quienes eran de Sinaloa.
Eso hubiera
bastado para admirarlo como lo admiro. Pero
lo que más me impresionó es que no nos olvidó: un día mis amigas y yo fuimos a
bailar al Hotel Huicot y unos muchachos a quienes acabábamos de conocer
pidieron bebidas para todos. En ese
momento don Luis nos vio y fue personalmente a suspender la orden: “Las
muchachas no toman”-, le dijo al mesero con una autoridad absoluta. “Y ustedes, nunca acepten bebidas preparadas
de alguien a quien apenas conocen”.
Además
de que en ese tiempo lo que decían los mayores no era cuestionable, su actitud
nos halagó: el gran Luis Pérez Meza nos conocía y nos estaba protegiendo.