lunes, 22 de octubre de 2012

Testimonio de la Dra, Patricia Molinar


Cuando conocí a Luis Pérez  Meza yo laboraba como Trabajadora social en el Centro de Rehabilitación Penitenciaria de Durango.  En 1971 Moya Palencia había impulsado una reforma penitenciaria y fuimos capacitadas en Gobernación por maestros como Sergio García Ramírez, el Profr. Quirozco Arón, Julia Sabido, el maestro Sánchez Galindo y otros.


La reforma implicaba un trato igualitario y sin jerarquías hacia los internos, y abarcaba capacitación laboral, educación formal y actividades culturales.  Nosotras llevamos por ejemplo a la Filarmónica de México, que se presentó y al finalizar los músicos dejaron el atril y se fueron a jugar futbol con los internos.  También se había formado en el Penal una rondalla de buen nivel y nosotras le conseguíamos serenatas en la ciudad.  Y había un taller de teatro con excelentes maestros: recuerdo que llegamos a hacer 100 representaciones de Suave Patria, algunas fuera del Penal.   Había concursos de poesía, de canto, todo coordinado por psicólogos y por trabajadores sociales que además creábamos espacios de reflexión que servían a la preliberación del reo. 



Como cada semana debíamos organizar un evento cultural y Luis Pérez Meza iba mucho a Durango contratado por los centros nocturnos, yo y otras compañeras fuimos un día a pedirle que cantara gratuitamente en el Penal. 

-Pero mis niñas, cómo no-, nos dijo. 
–¿Qué necesita?-, le preguntamos, porque había cantantes que nos pedían transporte, músicos, comida especial, etc., pero él nos contestó muy simplemente:
-El público.

Fueron varias ocasiones las que cantó en el Penal acompañado por los mismos internos.  Y tanto para ellos como para las autoridades era un honor tener allí a Luis Pérez Meza porque además de su fama y de tener gran voz, era un señor muy agradable, encantador, físicamente alto y corpulento.  A veces cantaba hasta dos horas continuas, y siempre, al final, convivía con los internos e incluso con toda sencillez se prestaba a llevar cartas a las familias de quienes eran de Sinaloa. 

Eso hubiera bastado para admirarlo como lo admiro.  Pero lo que más me impresionó es que no nos olvidó: un día mis amigas y yo fuimos a bailar al Hotel Huicot y unos muchachos a quienes acabábamos de conocer pidieron bebidas para todos.  En ese momento don Luis nos vio y fue personalmente a suspender la orden: “Las muchachas no toman”-, le dijo al mesero con una autoridad absoluta.  “Y ustedes, nunca acepten bebidas preparadas de alguien a quien apenas conocen”.   

Además de que en ese tiempo lo que decían los mayores no era cuestionable, su actitud nos halagó: el gran Luis Pérez Meza nos conocía y nos estaba protegiendo.